Dialogamos como Fabio Avelino y Rodrigo Fonseca, de Congatrónica, dos personajes indiscutibles de la historia de la comunidad.
POR SEBASTIAN MUZI
En cada entrevista o diálogo con un residente de Tamarindo siempre hay algo en común: todos aseguran que el verdadero desarrollo se ha dado en los últimos 20 años, ya sea en infraestructura, gastronomía, turismo, arte o en la escena musical.
Y si nos remontamos a esos albores de la ciudad, seguramente encontraremos don nombres indiscutibles en la historia de la comunidad: Fabio Avelino y Rodrigo Fonseca, dos músicos que le pusieron color y alegría a las noches de la bahía.
“Yo vine a Costa Rica en 2004, y justo cuando llegué conocí a Rodrigo, porque ya era parte de la escena musical de Tamarindo. Hacía de DJ, él tocaba con un grupo de rock todos los martes y miércoles. Y ahí cuando llegué empecé a tocar en un restaurante de una argentina, Alejandra Parodi. Hacía una noche brasileña los domingos y la dueña se ponía a bailar la samba (risas). ¡Todos querían estar ahí! Era increíble la vibra. El éxito era tan grande que fuimos agregando días. Vine por tres meses y me quedé 4 años”, recuerda Avelino, nacido en el nordeste brasileño, cerca de Recife.
Además, asegura que por entonces nadie quería hacer música en la playa. “No había esa cultura. La gente no quería. Pero después de la Caracola de Alejandra, en el restaurante La Palapa se animaron y pusieron música en vivo en la playa. Eso también fue todo un éxito, porque como Tamarindo era pequeño, había mucha competencia entre los locales y comenzaron a llamarme, a veces no querían que tocaras en otro lado”, revive en su mente el músico.
“Yo no diría que no querían -contesta Fonseca-, sino que fue parte de un proceso. Había la creencia de que para hacer música en vivo tenía que ser un club nocturno. Entonces, a raíz de lo que sucedió en la Caracola, se dieron cuenta de que la música es un atractivo para cualquier lugar. Llevar gente a comer con un poco de música era parte del entretenimiento”.
El camino del artista de Congatrónica fue distinto. Se había iniciado en la música a los 16 años en la isla de Margarita, en Venezuela. Bajo la tutela de su padre, que era percusionista, terminó incorporando como cual esponja todas las enseñanzas y gustos de su progenitor, a tal punto de que hoy lo considera su “principal influencia en la música”.
Había llegado a Costa Rica en 1998, y en el 2000 ingresó a una orquesta típica de Guanacaste que se llamaba La Unión Cartagena. “Me llamaba mucho la atención que en los pueblos todos los bailes eran con orquestas, con marimbas, y eran eventos tremendos, aunque ahora no esté tan en auge”, rememora Rodrigo, quien también se acuerda de la banda Vino Tinto en la que tocó.
Sin embargo, el 2004 sería el año en que se conocerían y formarían una amistad entrañable hasta la fecha. Ambos afirman que jamás se pelearon ni discutieron por nada, aun cuando el sector musical puede ser un lugar plagado de egos entre cantantes e instrumentistas.
“Con Fabio hemos pasado de todo, pero lo que existe entre nosotros es una conexión natural. Nosotros nos vemos, agarramos los instrumentos y la música sale sola” dice Fonseca, a quien también llaman Roy.
“Es normal tener problemas, discusiones, ya sea con las amistades o con las relaciones. Pero te puedo asegurar que, con Rodrigo, en 20 años nunca hemos tenido siquiera una discusión. Tuvimos tiempos difíciles, pero disfrutamos muchísimo, éramos disciplinados y positivos. Somos hermanos de paz desde hace mucho tiempo” asegura el brasileño.
UN MODO DE VIDA
Hace dos o tres décadas, Guanacaste estaba en los inicios de su desarrollo. Y el arribo de músicos dio origen al músico de calle, porque empezaron a verse cada vez más artistas que tocaban y pasaban la gorra. A veces eran venidos de Europa y con gran talento, aseguran ambos.
De hecho, el artista venezolano señala que “cuando Alejandra abrió la Caracola y contrató a Fabio, la escena musical en Tamarindo estaba reducida a locales nocturnos. Mambo Bar, que hoy en día es Pacífico, antes era una discoteca. Ellos trajeron la música en vivo a los restaurantes y fue algo que descolocó a todos. Fueron los pioneros”.
TN- ¿Es difícil vivir de la música?
Rodrigo Fonseca – No, pero requiere de parte del artista mucha disciplina y concentración. Existe un estigma muy fuerte (que en parte es verdad) acerca del estilo de vida que lleva el artista, que tiene que ver con las fiestas y el consumo de sustancias. Yo soy un sobreviviente de esa época, he tenido un proceso de transformación y me puedo dar cuenta ahora de que cuando uno está enfocado, la música puede ser una buena forma de ganarse la vida. Se puede ahorrar y se puede hacer dinero con la música. De hecho, Fabio y yo no hemos hecho otra cosa que no sea la música.
Fabio Avelino – Todo es un sacrificio, ¿verdad? Nada es fácil en la vida, cuando crecimos en esto tuvimos que movernos. Si se lo hace con amor y es tu talento, hacer música es una cosa muy bonita. La música y la vida están relacionadas. Es conexión, emanación de vibra, de alegría en mi caso con la música brasileña y Rodrigo con la conga y los tambores. Mi música es como un mensaje de alegría, de paz, con una batida o una melodía puedes cambiar la vida de las personas. En este mundo de guerras, la música positiva es como un mensaje de esperanza, de armonía.
Rodrigo Fonesca – A mí una de las cosas que más me llamó la atención para hacer Congatrónica fue ese estigma de que la gente tiene que drogarse para disfrutar. Al agregarle la percusión y la intención que llevo desde hace 12 años, le he dado a ese formato electrónico un ingrediente orgánico, y lo orgánico conecta directamente con el corazón, y a este con la conciencia. La gente disfruta, baila y se divierte muchísimo con esta música y no se está dañando. Hay una especie de freno y de contención natural que lo brinda lo orgánico desde el artista. Como decía Fabio: cuando el artista está sintonizado en una vibración, con una intención de armonía y de paz, la gente, por resonancia (que es una característica de la música) se sintoniza también y entiende de que la puede pasar muy bien y no necesita lastimarse.
The music that brings Tamarindo to life
We talked to Fabio Avelino and Rodrigo Fonseca, from Congatrónica, two indisputable characters in the history of the community.
BY SEBASTIAN MUZI
In every interview or dialogue with a resident of Tamarindo there is always something in common: they all say that the real development has taken place in the last 20 years, whether in infrastructure, gastronomy, tourism, art or the music scene.
And if we go back to the dawn of the city, we will surely find two indisputable names in the history of the community: Fabio Avelino and Rodrigo Fonseca, two musicians who brought color and joy to the nights of the bay.
“I came to Costa Rica in 2004, and just when I arrived, I met Rodrigo, because he was already part of the music scene in Tamarindo. He played DJ, he played with a rock band every Tuesday and Wednesday. And then when I arrived, I started playing in a restaurant owned by an Argentinean, Alejandra Parodi. She had a Brazilian night on Sundays and the owner would start dancing the samba (laughs). Everyone wanted to be there! The vibe was incredible. The success was so great that we kept adding days. I came for three months and stayed for four years,” recalls Avelino, born in the Brazilian northeast, near Recife.
Moreover, he assures that back then no one wanted to make music on the beach. “There wasn’t that culture. People didn’t want to. But after Alejandra’s Caracola, at La Palapa restaurant they got up the courage and put live music on the beach. That was also a success, because as Tamarindo was small, there was a lot of competition among the locals and they started to call me, sometimes they didn’t want you to play anywhere else,” the musician relives in his mind.
“I wouldn’t say they didn’t want to,” says Fonseca, “but it was part of a process. There was a belief that to do live music it had to be a nightclub. Then, as a result of what happened at the Caracola, they realized that music is an attraction for any place. Taking people out to eat with some music was part of the entertainment.”
The Congatronica artist’s path was different. He had started in music at the age of 16 on Margarita Island in Venezuela. Under the tutelage of his father, who was a percussionist, he ended up incorporating like a sponge all the teachings and tastes of his father, to such an extent that today he considers him his “main influence in music”.
He had arrived in Costa Rica in 1998, and in 2000 he joined a typical Guanacaste orchestra called La Unión Cartagena. “I was very struck by the fact that in the towns all the dances were with orchestras, with marimbas, and they were tremendous events, although now it is not so popular,” recalls Rodrigo, who also remembers the band Vino Tinto in which he played.
However, 2004 would be the year in which they would meet and form an intimate friendship to this day. Both say they never quarreled or argued over anything, even though the music industry can be a place rife with egos between singers and instrumentalists.
“With Fabio we’ve been through everything, but what exists between us is a natural connection. We see each other, we grab our instruments and the music comes out by itself,” says Fonseca, who also goes by Roy.
“It’s normal to have problems, arguments, whether with friendships or relationships. But I can assure you that, with Rodrigo, in 20 years we have never had an argument. We had hard times, but we enjoyed it a lot, we were disciplined and positive. We have been brothers of peace for a long time,” says the Brazilian.
A WAY OF LIFE
Two or three decades ago, Guanacaste was at the beginning of its development. And the arrival of musicians gave birth to the street musician, because they began to see more and more artists playing and passing the cap. Sometimes they came from Europe and were very talented, both say.
In fact, the Venezuelan artist points out that “when Alejandra opened the Caracola and hired Fabio, the music scene in Tamarindo was reduced to nightclubs. Mambo Bar, which today is Pacífico, used to be a discotheque. They brought live music to the restaurants and it was something that threw everyone. They were the pioneers.
TN- Is it difficult to make a living from music?
Rodrigo Fonseca – No, but it requires a lot of discipline and concentration on the part of the artist. There is a very strong stigma (which is partly true) about the artist’s lifestyle, which has to do with parties and substance abuse. I am a survivor of that time, I have had a process of transformation and I can realize now that when you are focused, music can be a good way to make a living. You can save and you can make money with music. In fact, Fabio and I have never done anything else but music.
Fabio Avelino – Everything is a sacrifice, isn’t it? Nothing is easy in life, when we grew up in this we had to move. If you do it with love and it’s your talent, making music is a beautiful thing. Music and life are related. It is connection, emanation of vibe, of joy in my case with Brazilian music and Rodrigo with the conga and drums. My music is like a message of joy, of peace, with a beat or a melody you can change people’s lives. In this world of wars, positive music is like a message of hope, of harmony.
Rodrigo Fonesca – One of the things that caught my attention to make Congatronica was the stigma that people have to get high to enjoy themselves. By adding percussion and the intention that I have been carrying for 12 years, I have given that electronic format an organic ingredient, and the organic connects directly with the heart, and the heart with the conscience. People enjoy, dance and have a lot of fun with this music and they are not hurting themselves. There is a kind of natural restraint and containment provided by the organic from the artist. As Fabio said: when the artist is tuned into a vibration, with an intention of harmony and peace, people, by resonance (which is a characteristic of music) are also tuned in and understand that they can have a great time and do not need to hurt themselves.